Max Álvarez es un alpinista mexicano, guía certificado UIAGM / IFMGA y embajador de Petzl México.
En nuestro viaje a la Patagonia, comenzamos nuestra expedición al Aconcagua, la montaña más alta de América. Después de 14 días de subir la montaña, alcanzamos la cima el 31 de enero. El 3 de febrero, llegamos a Chalten, donde nos esperaban nuestros amigos Aguia y Furao. Tuvimos la suerte de que el 4 de febrero se llevó a cabo el Festi bulder, un evento único en el que conviven niños, personas de todas las edades, y la élite mundial de la escalada. Escalamos, conocimos la zona de bulder y a más gente escaladora.
Después de este evento, seguimos explorando la Patagonia. Aunque éramos nuevos en la zona, aprendimos rápidamente cómo funcionaban las cosas por acá en cuanto a las ventanas y los pegues arriba en la montaña. El día 4 descansamos pero ya oíamos por ahí ruido de una brecha. El día 5, nos levantamos temprano para ir a ver a una amiga quien nos ha ayudado mucho. Vimos que vendrían dos días de brecha, aunque bastante inestables. Nos comentó que igual estaba bueno para salir del pueblo y conocer un poco, que tal vez escalar no sería tan fácil, pero que vayamos. Regresamos al camping a despertar a Furao y Aguia diciéndoles que máximo a las 12 o 1 saldríamos a dar pegue a la Guillomet.
Nos repartimos las misiones, comida, empacamos radios y gasolina, y salimos dentro de los horarios. Después de batallar un poco para tomar un aventón, decidimos ir por un taxi que nos llevó hasta río eléctrico donde comenzó la caminata. Llegamos al campo alto y montamos campamento. A la mañana siguiente, salimos con el equipo de roca hacia la pared. Fue un acercamiento duro en cuanto al viento, y en lo personal, nunca había oído esos latigazos tan violentos del viento contra la roca y cómo retumbaban con fuerza. A pesar de las difíciles condiciones, estábamos decididos a escalar.
Al llegar al pie de vía, nadie habló, y dentro de nosotros sabíamos que era muy probable que bajáramos. Sin embargo, hubo un momento de indecisión y decidimos ver cómo estaban los primeros largos. Al llegar donde nos pondríamos las gatas, el viento paró y nos volvimos a ver sorprendidos. Eso significaba que íbamos a escalar.
Empezamos a escalar muy rápido pensando que sería momentáneo, pero la pausa duró. A pesar de las dificultades, tuvimos un muy buen día de escalada en el granito patagónico y la Guillomet. Fluimos muy bien y disfrutamos mucho largo tras largo. Después de encumbrar, bajamos de unos cuantos rápeles. Regresamos al campamento, agotados pero felices.
Continuamos nuestra travesía por la Patagonia, escalando boulder en el bosque y conociendo más gente. Esperamos varios días para que se abriera una ventana de nuevo y, mientras tanto, exploramos Chalten y sus alrededores. Decidimos por la ventana ir a la aguja de la media luna en el cordón del cerro torre, una escalada corta para los estándares de la zona pero que largo con largo son pura calidad.
Preparamos todo lo necesario y partimos rumbo a la laguna del torre. Después de una larga caminata de 17 km con las mochilas llenas de equipo y comida, llegamos al campamento niponino. Allí, encontramos amigos de año, cenamos y nos preparamos para escalar al día siguiente.
Nos despertamos temprano, caminamos al pie de vía y estábamos listos para darle. Sin embargo, nuestros amigos de brazos ya estaban ahí sentados tomando mate y nos dijeron que hoy no se podría escalar porque la fisura tenía mucho hielo y lo mejor sería esperar otro día o hacer otra cosa. Nos acercamos con Furao a la fisura y en efecto, estaba llena de nieve y hielo. Pero aún así, nos preparamos para escalar.
La escalada resultó muy dura, la fisura estaba llena de hielo y me estaba mojando demasiado, pero ya estábamos ahí y bajar por ahora todavía no era una opción. Fue una lucha de más de 30 horas para subir los primeros 40 m de la vía. No sentía los dedos y estaba hecho sopa, pero no pensaba en nada más que mi metro cuadrado y avanzar centímetro a centímetro. Al llegar a la reunión, estaba goteando de todas partes y temblando del frío, pero ya estábamos en la ruta. Furao subió y empezó el ascenso. Largo con largo, nos íbamos encontrando con nieve y hielo, pero ya estábamos en el flow y eso ya no nos iba a detener.
Subimos más de 200 m de los 350 de la vía, fue una de nuestras mejores escaladas, largo con largo, lo dimos todo entre nieve, hielo y agua, además de gestionar los peligros de ese tipo de escalada. Si seguíamos, tendríamos que bajar ya muy noche, y las condiciones de las fisuras nos quitaron mucho tiempo. Estábamos muy felices y emocionados por el ambiente que se vive en ese lugar, el cordón del Fitz brillaba en el fondo y solo podíamos pensar con mucho amor en todos nuestros hermanos que también estaban escalando.
Finalmente, bajamos en varios rápeles de 60 m y regresamos al campamento, agotados pero muy plenos. Ya no teníamos más comida y el desayuno del día siguiente fue una manzana, un ajo y una cebolla en sopa. Hicimos el clásico estofado vaquero y emprendimos los 17 km de regreso a Chalten. Llegamos al restaurante de nuestro amigo Nico a comer y beber como nunca hemos comido y bebido. ¡Qué felicidad, qué buena escalada y qué buenos amigos!
En resumen, nuestra expedición a la Patagonia fue una experiencia inolvidable. Subimos la montaña más alta de América y escalamos en algunas de las paredes más impresionantes del mundo. Aprendimos a lidiar con las dificultades y los peligros de la escalada en hielo y roca, y descubrimos la importancia de trabajar en equipo y de disfrutar el momento. Ahora, estamos ansiosos por volver y seguir explorando la majestuosa Patagonia.
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